Me miraba constantemente, me intimidaba tanto que hasta me
daba vergüenza hablar con él mínimo dos minutos. Remonto años atrás, me acuerdo
de su nombre a todas horas. Era la única de toda mi pandilla que no soportaba
hablar de él, la única que no daría nada por estar con él, a la única que no le
gustaba, en definitiva. Había repetido; pelo rubio, ojos castaños de tez verde,
blanco de piel, o eso creo, de altura mediana, delgado y con granitos en su
definida cara. Lo poco que lo conocía, creo que sabía más o menos el tipo de
chico que era. Reservado, cabezota, soso, maleducado, bueno, y creo que un poco
confundido en la vida.
-Hola, ¿me puedo sentar? –Me preguntó.
-No, tienes un sitio perfecto donde sentarte, exactamente dónde
estabas. –Repliqué con soez.
-Creo que aquí estoy mejor, más a gusto.
-Es la misma textura, no sé de que hablas. –Contesté. Me
estaba empezando a incomodar tal
situación. –Creo que tu amigo te está esperando, no le hagas irritar a él
también.
Siempre he sido borde con los hombres “metefichas”, no sé,
me dan tanta inseguridad. Les hecho un mal de ojo a más de uno, menos a los que
les importo de verdad. Esos que se pueden pasar un mes con tal de caer
rendidita a sus piés.
Y así hizo él, el maravilloso caballero y protagonista de mi
contada historia. El que me ha incitado a escribir más de lo que lo había hecho
hasta ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario